Afuera hace calor, insoportable calor. Me zambullo, no sin
antes una deliberación. El agua primero me toca los pies.El resto de mi cuerpo es arrastrado por una fuerza violenta. Solo queda la transición entre la cornisa de mis dedos y mi última
neurona en funcionamiento. Ya llegó hasta mi cuello y aunque mi cabeza
intuitivamente la rechaza, rápidamente se acuerda de que ella la eligió.
Sumergida totalmente lo primero que hago es flotar, como si
alguien me lo hubiese enseñado en otra vida. Saco la cabeza y siento el cuerpo
frío. Intento moverme pero hasta mis dedos más gordos están entumecidos. El
frío derriba todas las capas de mi piel y comienzo a olvidar lo que aprendí y
la gravedad me lleva al fondo. Todo está oscuro abajo, no sé distinguir el bien del mal. En posición fetal vuelvo al principio.
En el último segundo, algo de vitalidad me queda y me
empiezo a mover. El calor empieza a surgir desde el centro y se expande hacia
la periferia. Me empiezo a mover y la masa de agua deja de ser el monstruo del
silencio. Las burbujas van de un lado para el otro, extasiadas y yo empiezo a
recorrer el lugar. Salgo de a ratos a respirar, cada vez menos. Mis dedos
dejaron de arrugarse o ya no me acuerdo cómo eran antes. Encontré una puerta en
la profundidad y decidí entrar. O muero ahogada o siempre fui un pez.
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