viernes, 29 de enero de 2016

La pública vida

La pública vida, un arma de doble filo. Hemos desplazado la posición de 'pública' al centro de la construcción nominal, dejando a 'vida' como adjetivo secundario frente a la conmoción que nos causa lo público.
Tal vez jamás nos hemos sentido tan libres. Podemos escribir, anotar, fotografiar, capturar, absolutamente toda nuestra vida en este portal teóricamente mágico que significa Internet. Sin embargo, a veces esa libertad parece no sentarnos bien. Obligados socialmente a mostrar nuestra felicidad, nos hemos convertido en vendedores de nosotros mismos. No solo de nuestra ideología sino también de nuestra 'suerte' en la vida. Pareciera que vendemos nuestras muertes, vendemos nuestros sentimientos, vendemos nuestra intimidad. Siento que camino por una calle donde todos hablan a la vez, descontrolados, esperando captar tu atención y tu aprobación moral. La información fluye de manera tan estridente, fugaz e inmediata que nuestros filtros naturales se descomponen y simplemente abrimos los ojos aceptando cada palabra.
Debo aceptar que me he vuelto adicta a la información. Quiero saberlo todo, cada minuto, cada día. Quiero leer la opinión de todos, los argumentos. Quiero saber sobre ciencia, matemática, historia. Quiero saber todo lo que nunca me enseñaron. Quiero ver películas, fotografías, pinturas. Quiero ver kilómetros y kilómetros de piel dibujada. Cada segundo necesito más y más información.
Pero, ¿estamos preparados para tanta información?
Qué quiere decir que 'estamos preparados'. Claro, nadie nos enseña un curso de cómo recibir la información. Simplemente, nacemos, crecemos y para callarnos nos dan una tablet. ¿Eso nos calla? Claro que no. Leemos, leemos con colmillos desesperados. Publicidades, artículos triviales. Tan criticados por sociedades de antaño, la generación inculta.
Luego de tanta lectura, la creencia se apacigua. Hay días en donde ya no se distinguir. Es tanta la información, la aporía está tan cerca.
Qué hacer con la contradicción constante de la doxa. Hemos quedado a nuestra propia suerte, sin Dios, sin aristocracia, sin Estado, las normas etico morales solo quedan a nuestros propios ojos. Pero ¿quién es, sino, más controlador que el ojo del señor que se sienta conmigo en el subte?
Hoy, que todas las voces gritan, cómo hacer de eso música y no estridencia violenta.
Sócrates estaría orgulloso de nosotros, hoy más que nunca, la creencia está apaciguada por todas las voces, acostumbrémonos entonces a dudar de nuestros saberes.