martes, 18 de febrero de 2014

Artificio natural

Desde que volvieron la casa se puso fría. Es como si hubiesen traído mochilas gigantes, cargadas de responsabilidades éticas y morales. Las tensiones aumentan y la mujer de la casa no deja de mostrar su cara débil y defraudada. Ella es víctima, ya no puede controlar el mundo y eso le causa pena, en realidad, es impotencia. El chico de la casa no está más solo y no se acostumbra. Se mueve entre las sombras, no le gusta la compañía. Sin embargo, por las noches duerme con la luz encendida, por temor a quedarse dormido y perder el tiempo que ya está perdido. El hombre de la casa es el contenedor de los espíritus que tiemblan. Los abraza con fuerza pero se resbalan de sus manos, no sabemos bien por qué. La niña de la casa soy yo, la que se sienta en el medio mientras los monstruos dan vueltas. Los veo pero nunca los alcanzo, así que me refugio en un campo con el que sueño todas las noches. En el campo el pasto es de un verde violento, pero no pincha. No hay ningún bicho alrededor, así que siempre permanezco acostada, sobre una lomada que me obliga a mirar al cielo. Corre una brisa fresca que se equilibra con un sol de invierno que calienta sin calor. Escucho música de fondo y me acompaña un mate de yerba suave, así no se me irrita el estómago. Y ahí me quedo, en el refugio de mi imaginación. Cuando empieza a llover, es hora de despertarme. Abro los ojos y veo el mismo stiker pegado en el techo. Me siento en mi cama, mientras absorbo la energía ajena. La energía de los fantasmas que están en mi casa, que creen que están vivos.

sábado, 8 de febrero de 2014

El problema no es la negación de la posible premisa, sino en su probable afirmación. El si parece liberarnos de todo aquello que el no nos reprime. Necesitamos el no para dormir, necesito el no para dormir. Limitémonos. La probabilidad del más es el que nos quiebra por dentro. Me odio cuando soy poética, me odio cuando quiero más.