domingo, 9 de marzo de 2014

Repetimos cada domingo lo injusto de la vida. Preguntamos al ser superior por qué a nosotros, qué hicimos para merecerlo. Bajamos la guardia para dejar entrar a un ejército de avispas. Una y otra vez escucho que 'esto no debería ocurrir' y 'aquello no debería pasar'. Mientras nos detenemos a pensar, quién sabe cuántas miles de cosas están zumbando detrás nuestro. Bicéfalos, hombres de dos caras, la comedia y el drama, eso somos. No sabemos hasta qué punto lo que denunciamos es realmente injusto o verdaderamente justo. Tal vez ni existan tales conceptos y nos despertamos todos los días, como dijo un autor, gracias al poder de la voluntad. Tal vez nos despertamos gracias a ese ínfimo rastro de fe que poseemos aunque neguemos la religiosidad. Tal vez la muerte no es más que la pérdida de fe, así explicaríamos las muertes jóvenes. Inventamos conceptos, los llenamos de contenido: lástima, nostalgia, feliz, amor, no sé. Tal vez sea todo lo mismo. Suena el despertador: lunes otra vez.

sábado, 1 de marzo de 2014

CUBA: Aporías superficiales

"Algunos días me levanto amando la revolución, otros me pregunto cómo esto puede funcionar"  fue la frase que me dijo mi compañero de viaje, amigo de mi hermano, antes de separarnos en la ciudad de Trinidad. Viajé a Cuba con estos dos acompañantes en Abril del 2012 y nunca me atreví a escribir lo que vi. Recuerdo que cada vez que agarraba el papel y la lapicera me latía fuerte el corazón, me daba miedo. Me invadía una sensación de inestabilidad: escribir lo que ves es encontrar las aporías que se esconden en la realidad y enfrentarlas. Aporía. Esa palabra la aprendí hace poco, en una de las primeras materias de Filosofía. No es fácil explicarla pero cuando la entendés te das cuenta de que el mundo es aporía y hay que vivir con ellas. La aporía quiere decir sin salida, es la identificación de un problema que no se puede resolver. Nos encontramos con ellas todo el tiempo, nosotros somos aporía también. El problema es que no son fáciles de ver, se esconden y huyen de nuestra mirada. Sin embargo, cuando llegué a Cuba sentí que las aporías caminaban desnudas, apretando las manos de los ciudadanos, eran su sombra.

Nos costó mucho llegar a Cuba en todo sentido. En primer lugar, por la distancia. Desde Argentina no hay vuelos directos por lo que tuvimos que hacer dos escalas y unas 20 horas de viaje. Por otro lado, en ese momento regía el "cepo cambiario" por lo que no podíamos cambiar pesos a dólares de forma que no fuese ilegal, "paralela". Otro factor que nos causó problemas fue el amigo de mi hermano, Leo. A menos de dos semanas de viajar no tenía el dinero suficiente. Nosotros nos quedábamos quince días en la isla porque no podíamos pagar más, él cuarenta y cinco. A pesar de las discusiones y angustias previas que todo viaje conlleva, llegamos.

El aeropuerto de Cuba no es como el nuestro donde predomina el blanco y las tecnologías. Estaba inmóvil en el tiempo, como muchas de las cosas que vi ahí. No sé en qué año fue construido, pero parecía de los años 70'. Las azafatas llevaban un uniforme color verde grisáceo con los detalles en rojo y medias negras largas estampadas, a pesar del calor. Al llegar a migraciones no nos sellaron el pasaporte, legalmente nunca estuvimos ahí. Nos tomamos un taxi hasta la casa de familia en la que nos íbamos a hospedar en La Habana. No recuerdo el auto pero seguramente era de los años 50’ o heredado de la época en la que la Unión Soviética los apadrinaba. No hay autos nuevos en Cuba. Me senté en el asiento trasero con mi hermano y me dediqué a ver por la ventana. ¿Dónde estaban todas las publicidades? ¿Dónde estaban los edificios altos con vidrios tornasolados? ¿Dónde estaban las 4x4? No estaban.

En el camino hasta la ciudad sólo veíamos campo. Un campo árido donde de vez en cuando aparecía alguna que otra vaca raquítica. Nunca había visto vacas esqueléticas. Los pocos carteles que decoraban la ruta hablaban sobre la revolución: "Más socialismo", "Viva Fidel". Ninguna Coca-Cola, ningún nuevo televisor. La cara del Che me acechaba tanto como en Puán. Y luego, entramos a La Habana. A decir verdad, la primera impresión nunca es buena. Los edificios estaban muy descuidados, la suciedad era parte de la decoración y había pocas calles asfaltadas para ser una ciudad. Desde mi configuración mental, era un barrio carenciado. Ese fue mi primer temor. Es inevitable la comparación, es decir, un barrio similar en mi país despierta miedo, inseguridad. Estaba absolutamente anonadada, los pensamientos rebotaban de un lado a otro en mi cabeza, quería irme. No quería estar ahí. Y después escucho la voz del chofer: "Cuba es uno de los países más seguros del mundo". Y tenía razón.