jueves, 21 de noviembre de 2013

Rodeada de fotocopias, libros, racionalismo, metafísica, romanticismo, platonismo y muchos más ismos pensé en el nombre del blog y su no explicación, como su no título. Nunca lo quise explicar porque siempre creí que quien escribe no debe dar razones. Sin embargo, mi tiempo libre es poco y quiero gastarlo.
La causa eficiente, término aristotélico. Una entre las cuatro causas de los entes: formal, material, final y eficiente. Término que expresa la divinidad aristotélica, una divinidad sin identidad, una divinidad que va en contra de cualquier divinidad antropomórfica. Una divinidad amorfa que mueve sin moverse. Entidad que se aleja de todo lo sensible. No confundir con la causa eficiente, término que se toma luego para identificarlo con un Dios religioso.
Elegí este término porque define, en cierto punto, mi interés por el mundo. Una vez le dije a alguien que si había razón para vivir, esta era la búsqueda incansable de una pregunta móvil. Es ahí en donde llegué a los misterios del lenguaje que nos aquejan todo el tiempo. El lenguaje como superficie de todo un mundo irracional, que no podemos configurar. Somos poseedores de un sistema que nunca vamos a terminar de entender. Si es que tal sistema existe, si es que lo poseemos innatamente.
Siempre, y siendo más romántica en este punto, pensé que lo único que nos salvaba de no ser seres aislados era el lenguaje. Aquello que hace que nuestra concepción del mundo adopte forma gramatical. Cómo, dónde, porqué. Configuraciones del lenguaje, concepciones del mundo. Comunicación inacabada, lógica conversacional.
Qué es eso que nos mueve sin mover, existe, no existe. Lo podemos pensar, no lo podemos ver. Lo podemos expresar aunque eso no quiera decir que sea real. Nuestras palabras son pura ficción. Para qué, por qué. Somos máquinas llenas de irregularidades capaces de formar más artificios. Somos puro artificio.
Ese es el problema del lenguaje, su infinitud. Pero, por algún lugar hay que empezar.