miércoles, 2 de septiembre de 2015

Bocas cerradas

Acostados en la cama entendí que el silencio era peor monstruo que el Leviatán. Aunque estábamos conectados de alguna forma a través de nuestra piel, yo miraba al techo encerrada en mi mundo de pensamientos entrecruzados y él dormía boca abajo en una especie de profunda oscuridad. Nunca fuimos de hablar demasiado, somos muy diferentes. No cruzamos muchas palabras, es más el lenguaje no verbal con el que nos atacamos. Pero dentro de toda esa oposición aparece una superación de la misma. Una especie de magia que nos trasciende a ambos, algo que nos hace estar unidos por ciertos momentos. Me interesa y desconcierta este fenómeno explosivo producto de una química que no había conocido antes. Sin embargo, me frustra no entender el silencio. Tan acostumbrada a las voces, a los ruidos, a las explosiones. Incluso el sonido del teclado sonando en cada letra me tranquiliza. Adictos a la música, cómo soportar el inexplicable silencio, el vacío, la nada. Aunque creemos en nuestro interior que el silencio también es algo, es el algo de la desesperación, de la angustia, de lo no dicho. El silencio tranquiliza pero también parece envolver todos nuestros mayores miedos, me aterroriza, me paraliza. No somos nosotros cuando nos alejamos de nuestra zona de confort. El silencio ilumina y oscurece. Hasta que un día, alguno rompe con el silencio y empieza el principio del fin.