lunes, 19 de octubre de 2015

Cada tanto uso pantalón negro, zapatos y camisa blanca. Odio la ropa de oficina, me hace sentir extranjera, extraña a este mundo, incompatible con mi ser de jean y zapatillas. Nunca me importó demasiado la moda, de chica me molestaba la ropa rosa y los vestidos con volados. Con el tiempo llegué a sentirme cómoda bajo ellos aunque a veces reniegue un poco. Al contrario del mundo que me rodea, no creo que la ropa nos identifique demasiado. Cómo identificarse con un trozo de tela que es parte de una serie que se repite incesantemente. Cómo identificarse con lo repetitivo. No sé, nunca lo hice. Entiendo la sensación gloriosa de llevar un escote o una pollera corta y sentirse mirada. Pero también entiendo esa sensación de pasar desapercibido y que de un momento a otro, alguien te vea. No me identifico con el ideal de belleza que, obviamente y como todo el mundo, no cumplo con su bajada de línea diaria. Parezco menor, en vez de mayor. Mis manos lucen nerviosas y no amorosas. Mi cara está más porcentaje de tiempo lavada que sucia. No siento altura de los tacos.
Aunque toda esta descripción intente separarme del resto, como la mayoría de los que escribe en general. Nada lo hace. Mi miedo a la muerte y la soledad me hace tan común como cualquiera.