martes, 14 de octubre de 2014

Del mundo educado

Hace poco leí un artículo, bastante bien escrito, sobre el dolor que causa el aprendizaje. Es cierto, fueron muchos quienes dijeron que el aprendizaje es un esfuerzo y con ello un dolor. Un dolor atravesado por la culpa de la ignorancia, una culpa inculcada por viejas generaciones que conviven con nosotros. No sólo eso sino el enfrentamiento con el saber como figura de poder. Sin embargo, hay un punto del artículo en el cual disiento. ¿Es acaso el aprendizaje una iluminación? ¿O incluso una emancipación? Hijos de la ilustración, resuena ahí toda una herencia histórica que de la que aún hoy, atravesado el siglo de la catástrofe (s. XX),no nos podemos desprender. El saber nos ilumina. ¿O nos encarcela? ¿Nos esclaviza? Tal vez un poco. El esclavo y la cárcel llevan consigo el lenguaje más negativo y cargado de malestar. ¿Quién querría ser esclavo después de Martin Luther King? Supongo que nadie. Aprender a leer es nuestra entrada al mundo contemporáneo, ese mundo que le encanta jugar al juego de la empresa. Somos esclavos en el mundo del lenguaje, una vez que llegamos a él, no salimos más. Condenados a la metáfora eterna, no creo que el aprendizaje sea una emancipación. Ahora, ¿es posible no entrar? Esa es la única respuesta que nunca encuentro. Los hombres alejados del lenguaje son locos, apartados, aislados. ¿Y si ellos son más libres que nosotros? ¿Nunca se preguntaron si aquel tildado de loco tenía la respuesta a todas nuestras preguntas? Bueno, el síndrome del miedo a la felicidad nos lo diagnosticamos hace rato. 

Volviendo al punto inicial. ¿Todavía somos tan tontos de creer que la educación es una salvación? ¿De quién nos salvamos? ¿De ser ignorantes? Tan conservadores somos que no podemos preguntarnos si la lectura nos puede a llevar, en realidad, a nuestro propio martirio. Cuántas veces nos autoconvencimos de que la lectura era la entrada a mundos maravillosos, hermosos, Si cuanto más creemos saber, más perdidos estamos. Y que tal vez, la literatura lo único que nos dio es una fe ciega en mundos que jamás vamos a alcanzar, algo así como un Dios. Puede que la civilización sea nuestra condena, Si esto es así, ¿no está en nuestra sed de aprendizaje, como dice Irusta, aprenderlo, saberlo? Y con el aprendizaje, siempre llega el dolor. 

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