Nos costó mucho llegar a Cuba en todo sentido. En primer lugar, por la distancia. Desde Argentina no hay vuelos directos por lo que tuvimos que hacer dos escalas y unas 20 horas de viaje. Por otro lado, en ese momento regía el "cepo cambiario" por lo que no podíamos cambiar pesos a dólares de forma que no fuese ilegal, "paralela". Otro factor que nos causó problemas fue el amigo de mi hermano, Leo. A menos de dos semanas de viajar no tenía el dinero suficiente. Nosotros nos quedábamos quince días en la isla porque no podíamos pagar más, él cuarenta y cinco. A pesar de las discusiones y angustias previas que todo viaje conlleva, llegamos.
El aeropuerto de Cuba no es como el nuestro donde predomina el blanco y las tecnologías. Estaba inmóvil en el tiempo, como muchas de las cosas que vi ahí. No sé en qué año fue construido, pero parecía de los años 70'. Las azafatas llevaban un uniforme color verde grisáceo con los detalles en rojo y medias negras largas estampadas, a pesar del calor. Al llegar a migraciones no nos sellaron el pasaporte, legalmente nunca estuvimos ahí. Nos tomamos un taxi hasta la casa de familia en la que nos íbamos a hospedar en La Habana. No recuerdo el auto pero seguramente era de los años 50’ o heredado de la época en la que la Unión Soviética los apadrinaba. No hay autos nuevos en Cuba. Me senté en el asiento trasero con mi hermano y me dediqué a ver por la ventana. ¿Dónde estaban todas las publicidades? ¿Dónde estaban los edificios altos con vidrios tornasolados? ¿Dónde estaban las 4x4? No estaban.
En el camino hasta la ciudad sólo veíamos campo. Un campo árido donde de vez en cuando aparecía alguna que otra vaca raquítica. Nunca había visto vacas esqueléticas. Los pocos carteles que decoraban la ruta hablaban sobre la revolución: "Más socialismo", "Viva Fidel". Ninguna Coca-Cola, ningún nuevo televisor. La cara del Che me acechaba tanto como en Puán. Y luego, entramos a La Habana. A decir verdad, la primera impresión nunca es buena. Los edificios estaban muy descuidados, la suciedad era parte de la decoración y había pocas calles asfaltadas para ser una ciudad. Desde mi configuración mental, era un barrio carenciado. Ese fue mi primer temor. Es inevitable la comparación, es decir, un barrio similar en mi país despierta miedo, inseguridad. Estaba absolutamente anonadada, los pensamientos rebotaban de un lado a otro en mi cabeza, quería irme. No quería estar ahí. Y después escucho la voz del chofer: "Cuba es uno de los países más seguros del mundo". Y tenía razón.
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